La espada del Rey by Cristina Amor

La espada del Rey by Cristina Amor

autor:Cristina Amor [Amor, Cristina]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2008-01-01T00:00:00+00:00


* * *

Una vez el duque de Francia hubo despachado a su visita, Roberto entró en la sala. Por la preocupación que se reflejaba en el rostro de su padre dedujo que la entrevista con Enrique de Normandía no había transcurrido tal y como él hubiera deseado.

—¿Qué ha ocurrido? —preguntó—. ¿Ha aceptado nuestra oferta?

El silencio fue la única respuesta que obtuvo. La idea de la traición retumbaba amarga en la conciencia de Hugo Capeto. Era un precio demasiado alto el que le estaba exigiendo y no sabía hasta qué punto estaría dispuesto a pagarlo. ¿Cumpliría su amenaza si no se avenía a ello? Si se interponía en sus planes de conquistar Gascuña, la guerra sería más larga de lo que en un principio había imaginado. Además, los dominios de Enrique estaban muy próximos a los suyos y, con el grueso de su ejército batiéndose en tierras lejanas, tal vez hallara la oportunidad de poder atacarlos. ¿Cómo podía saber el acuerdo al que había llegado con el pontífice?

—¿Y bien? —volvió a preguntar impaciente Roberto.

Hugo Capeto le miró ligeramente sorprendido. Tan ensimismado estaba en sus pensamientos que no había escuchado la pregunta que momentos antes le hiciera su hijo.

—Vuestra entrevista con Enrique de Normandía… —⁠continuó Roberto al adivinar el desconcierto de su padre⁠—. Por lo que estoy viendo, no parece que haya ido muy bien.

—En realidad no ha salido como yo esperaba, no —⁠confesó.

—¿Luchará contra vos por el trono de Francia? —⁠inquirió angustiado⁠—. Por Dios, os lo ruego, contadme lo que ha pasado.

—No debéis preocuparos por eso —⁠intentó tranquilizarle⁠—. No es la corona de Francia lo que ahora mismo interesa a nuestro huésped.

—Entonces, ¿qué es lo que os preocupa? —⁠insistió.

A Roberto empezaba a crisparle la actitud de su padre. Si no hubiese sido quien era, le habría cogido con fuerza de los hombros y habría zarandeado su cuerpo hasta que una a una hubieran ido saliendo las palabras que tanto necesitaba oír.

—¿Es Orleáns? —dijo haciendo un último intento⁠—. Le ha parecido poco, ¿verdad? ¿Qué es lo que quiere? ¿Etampes también se lo habéis ofrecido?… ¿y también le ha parecido poco? Decidme si habrá guerra o no —⁠levantó ligeramente la voz⁠—, necesito saberlo.

Le odiaba. Odiaba su indiferencia, el desprecio que sentía hacia la vida de los demás. Poco le importaría la guerra si al final conseguía ser rey de Francia. Poco le importaban sus hijos, sus tierras, su ejército, su pueblo; todo era poco en comparación con la majestuosa corona que hasta hacía pocos días había adornado la cabeza de la gran dinastía carolingia.

—Quiere Gascuña —contestó con la mirada perdida.

—Pero… —empezó Roberto con voz trémula⁠—… el ducado de Gascuña no os pertenece, cómo…

Se interrumpió de golpe. Por eso la premura de mandar a las tropas a Orleáns, por eso la vuelta tan precipitada de París. Ahora lo entendía todo. Ni todas sus tierras juntas hubieran sido suficiente precio para pagar la temeraria empresa que estaban a punto de acometer. Tomó asiento en la misma silla que antes ocupara Enrique de Normandía. Clavó los codos en las rodillas y hundió el rostro en la oscuridad protectora de sus manos.



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